(T)errores
Una vez casi dejé morir a una niña… Era una pequeña cargada de ilusión. Me quedé petrificada contemplando su agonía. Fui demasiado débil. Me sobraba el miedo. Pude impedir gran parte de su daño pero preferí mentirme y mirar en blanco.
Con el paso del tiempo, mis mentiras crecieron como crece la mala hierba en el cemento: de manera irracional. Llegué a odiarme por ello. Me lamenté, grité hasta ensordecer al silencio, y golpeé el aire de furia, de rabia, de impotencia… Era un berrinche hueco que no se sostenía por ningún lado, que se tambaleaba como ese juego de piezas de madera que forman una torre, y hay que quitarlas hasta ver a quién se le derrumba. Solo que yo las apartaba a puñetazos. Creo que se llama “Jenga”…
Y cuando me rompí los nudillos de tanto golpear el vacío, opté por buscar un color diferente al negro. Me asomé a la ventana y busqué mi camino preferido. MI camino. Ese que perdí aquel día. Pude rescatar el rumbo de mi vida y ya no me siento culpable de asesinato.
Una vez casi dejé morir a una niña. A la niña que vivía en mi interior.
© Sara Levesque 2017
Sí, los muros más difíciles de franquear, son los invisibles que nosotros mismos nos creamos y nos creemos.
Muy bien la última frase, lo resume todo 🙂
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Nos creamos y nos creemos, tú lo has dicho. Muchas gracias!
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De nada, a ti por publicar.
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